
Cuando pareciera que todavía no se seca la tinta de su libro “Indignación”, Philip Roth ya ha publicado otra novela, titulada “The Humbling”. A los 76 años de edad, este gigante de la literatura contemporánea sigue produciendo un volumen cada 18 meses.
Esta nueva novela es inusualmente corta. Es cierto que ya en sus previos tres títulos de ficción, Roth apretó la trama en muchas menos páginas que las de las obras que expandieron su reputación como el mejor novelista vivo (“La Pastoral Americana”, “La Mancha Humana”, “El Teatro de Sabbath”). Pero esta vez el autor no sólo se extiende por escasas 140 páginas de pequeño tamaño y amplios márgenes; además, el ritmo de su relato es urgente, como los trazos de un boceto o los dichos de un narrador que no dispone de mucho tiempo.
Estas características de “The Humbling” le atrajeron algunas críticas adversas. Ello es comprensible: el autor todavía hace gala de una prosa sin par, pero el relato, que transcurre en uniforme y estólida tercera persona, fluye a veces con la imperturbabilidad de un ensayo; se diría que se trata de una versión preliminar, de las muchas que se supone los novelistas deben elaborar, antes de exponer sus obras a la luz del día.
De hecho, cuando la leí, sentí que la novela iba deslizándose veloz hacia su término, mientras yo seguía esperando ser transportado al mundo Roth, esa esfera de complicidad entre el autor y sus lectores, en la que se exploran los fulgores y penurias de la condición humana a partir de complejos personajes e iluminadores detalles. Es algo que sus lectores damos por descontado al adentrarnos en uno de sus libros, con la confianza de las personas de buen dormir que saben que las primeras ensoñaciones comenzarán a envolverlo a poco de poner la cabeza en la almohada.
Concluida la lectura de “The Humbling”, sin embargo, el libro comienza a esponjarse y crecer en nuestra memoria. Es una buena señal. Todos conocemos esas novelas voluminosas y cautivadoras que no es posible dejar de lado y que se olvidan por completo tan pronto concluimos el libro. Esta última entrega de Roth opera del modo contrario: mientras la estamos leyendo, se nos antoja algo inacabada y efímera; no obstante, sus efectos retardados son poderosos.
Simon Axler, el protagonista, encarna el contraste entre la posesión connatural de dotes superiores y el temor cerval de haberlos perdido para siempre; entre la renovación de la esperanza y la claudicación definitiva. El personaje de Pegeen Stapleford, en tanto, es uno de los más complejos y equívocos salidos de la pluma de Roth. La relación entre ambos refleja la suprema fascinación que un hombre de edad, de alma inquieta, siente por las impenetrables generaciones emergentes, a la vez que su penosa incapacidad de entenderlas.
Con “The Humbling”, nuestro autor vuelve a rendir homenaje a los escritores que admira, (esta vez, Chejov) hasta el punto de realizar las fantasías de éstos al interior de su propia ficción. Así, el memorable final de este breve libro es un caso del arte que imita a la vida que imita al arte.
En cuanto a la forma de la novela, Roth emprende un viraje más en su ya dilatada historia literaria, tachonada de innovaciones. ¿Ha abierto nuevos senderos o llegó al fin del camino? El tiempo dirá, pero el maestro se ha ganado, sobradamente, el beneficio de la duda.
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