lunes, 12 de septiembre de 2011

VIOLETA


Fui a ver "Violeta se fue a los cielos", la más reciente película de Andrés Wood, con expectativas encontradas. He aprendido a admirar in crescendo a este destacable cineasta nacional. Lo he sentido progresar, a grandes pasos, desde "Historias de Fútbol", pasando por "Machuca", hasta la notable "La Buena Vida". Este último fue el primer filme chileno que he terminado de ver sin haber sentido que algún elemento básico del arte del cine (el libreto, el casting, la dirección de actores, el trabajo de cámara o la ilación narrativa) no funcionó debidamente.

Ahora, partiendo de la base de que Wood habría madurado aún más como cineasta, mis expectativas aumentaron y crecieron todavía más luego de saber del fervoroso entusiasmo con que el público recibió esta película sobre uno de los principales íconos culturales de nuestro país. Por otra parte, había leído las reservas del crítico Ascanio Cavallo, cuya opinión respeto, y conocido otras reticencias que abrigaban un par de cineastas.

Bueno; luego de ver el filme debo decir que me sumo al coro de los fervorosos entusiastas. En cuanto a mera calidad cinematográfica, "Violeta se fue a los cielos" me parece superior a la gran mayoría de las películas biográficas que se han realizado a lo largo de la historia del cine, en Hollywood o en Europa. El libreto es creativo pero severamente fiel a los hechos. La narración - no lineal - es eficaz y económica: entrecruza coherentemente las distintas hebras de la trama, con breves flashbacks e intercalaciones de escenas de una entrevista a Violeta Parra. El casting y las actuaciones no podrían ser mejores, muy en especial la representación de Francisca Gavilán, que encarna a Violeta. La fotografía es excelente. Incluso las breves y necesarias escenas de sexo son especialmente logradas, sin efectismos ni disimulos falsamente pudorosos, retratando con convicción a una mujer fieramente apasionada que, parafraseando a Otelo, amó no sensatamente sino demasiado.

Mucho de esto lo reconocen quienes mantienen reticencias sobre esta obra. Objetan, sin embargo – Cavallo – lo que advierten como una cierta "insinceridad" del realizador, un cierto sesgo (si lo entendí bien) ideológico y simplista, sea en el plano de las posiciones políticas o del concepto prevaleciente de la maternidad.

Discrepo. Violeta Parra debió dar cauce a su creatividad entre los años cuarenta y sesenta del siglo pasado, venciéndose a sí misma y a circunstancias políticas, económicas y culturales poderosamente adversas. En ese proceso se hizo áspera, como la higuera del poema aquel, y desafiante, aunque sin perder su esencial vulnerabilidad. Todo ello, inclusive las rigideces políticas de ese tiempo, está magistralmente tratado en el filme e interpretado con convincente verosimilitud por
Francisca Gavilán.

En la lucha por el reconocimiento de la dignidad de cada cual como persona y por la superación de toda forma de discriminación, hay ejemplos pioneros, como el de Violeta Parra, que dejan plantado un hito, un ejemplo, un "sí, se puede, pese a todo" (y ese "pese a todo" puede ser la misma muerte) que seguirá fertilizando nuevos avances hasta mucho después, aunque sea gradual y fragmentariamente. Como toda hija de su tiempo, por muy individual y genial que haya sido, Violeta fue marcada por las limitantes de la época en que le tocó vivir, las que le impusieron costos a veces intolerables y ante las cuales incluso cayó en contradicciones y claudicaciones. Pero en el gran esquema de las cosas, su vida fue ejemplar y heroica. Y no creo que ninguna otra obra o filme hubiera podido retratarla de modo tan respetuoso, decidor, bello y doliente como esta gran, gran película de Andrés Wood.