lunes, 20 de septiembre de 2010

DEBATES TRAMPOSOS


Vuelvo sobre un tema que traté por escrito años atrás. Me refiero a la calidad del debate público, el cual siempre ha estado teñido de recursos tramposos pero en estos tiempos de medios masivos de comunicación y de opiniones vertidas a velocidad digital, se va deteriorando rápidamente. Pensemos en buena parte de los comentarios a los blogs para tener un indicio de la frecuencia con que se argumenta sin un mínimo rigor.

Para obtener un debate de calidad, sea en la arena pública, en el aula o entre amigos, deben respetarse ciertas reglas del juego que se vienen formulando desde hace milenios. La norma central es la que proscribe las falacias, esto es, las formas engañosas de argumentación que suelen convencer a un auditorio inatento, ignorante o emocionalmente comprometido. Estos recursos retóricos son muy abundantes y han sido debidamente catalogados. Basta tipear "falacias" en Google para encontrar completas descripciones de tales trampas discursivas.

Algunas falacias envuelven un error lógico, por el cual se arriba a generalizaciones precipitadas o a conclusiones insostenibles.

Sin embargo, las falacias más dañinas para la calidad del debate público son las irrespetuosas, esto es, las que consisten en descalificar al oponente o en distorsionar sus argumentos.

Las primeras se denominan ataques ad hominen. Su forma más extrema es la falacia conocida como "envenenamiento del pozo" que consiste en afirmar que el oponente es deshonesto o perverso y, por tanto, todo lo que de él provenga se encuentra contaminado. Una de las formas más comunes de envenenar el pozo es tachar al adversario de comunista, fascista, terrorista, reaccionario, pechoño, ateo, o algún otro calificativo que pueda desacreditarlo ante un auditorio determinado. Otra modalidad de descalificación ad hominem es la llamada falacia tu quoque (tú también) que procura demostrar que una crítica u objeción se aplica igualmente a la persona que la realiza, negándose a analizarla.

El ataque ad hominem pasa por alto la verdad evidente de que una aseveración puede ser correcta aunque quien la profiere sea un criminal. Por ejemplo, si un asesino convicto dijera que es de noche cuando efectivamente lo es, no pasaría a ser de día porque lo haya dicho un delincuente.

Por otra parte, el truco de retrucar al adversario, atacando algo que él no ha dicho, se conoce como la falacia del "hombre de paja". Por ejemplo, si uno critica acciones del gobierno de Hugo Chávez y le contestan que es partidario del imperialismo, cosa que no ha dicho, el argumento se dirige contra un "hombre de paja" que no ha aparecido en el debate (el imperialismo) con el fin de eludir la objeción que se ha formulado.

En el debate político de hoy, el recurso a los ataques ad hominem y a crear hombres de paja es pan de cada día. No es de extrañar. El político accede al poder y se mantiene en él por el voto de la gente, no por el apoyo de los eruditos, y en estos tiempos de opiniones fugaces, la tentación del argumento fácil, que pueda generar rápidamente la adhesión del ciudadano común, es, para muchos, demasiado seductora.

Dado que la discusión pública se desarrolla fundamentalmente a través de los medios de comunicación de masas, un paso efectivo para mejorar la calidad del debate sería capacitar a los conductores de programas de entrevistas o de conversación, sean de radio o televisión, para que conozcan las reglas más elementales de un debate de calidad. Armados de esa destreza, podrían advertir a los participantes de los programas que deben observar tales reglas y llamarles la atención, en el aire, cuando las transgreden. De este modo se iría educando también al público general.