martes, 21 de agosto de 2012

NO ES NECESARIO EXAGERAR



 El Instituto Cultural de Providencia ofrece una exposición del buen pintor ruso Boris Grigoriev (1986-1939) quien visitó Chile en 1928.   La exposición bien vale una visita.  Hasta ahí, todo bien. 

Sin embargo, los organizadores tenían que hacer más bombo que el merecido.  La comuna de Providencia está repleta de letreros que proclaman a Grigoriev como uno de los grandes del arte ruso.  Alrededor de su nombre se hallan impresos, en letras más pequeñas,  los de Dostoievski, Tolstoy, Shostakovich, Kandinsky y muchos otros de ese calado. Evidentemente, una exageración.

Boris Grigoriev no es un pintor del siglo XX de primer nivel.  Nada hay de desdoroso en ello.  La idea misma de cumbre no es concebible sin pensar en una enorme masa montañosa sobre la cual ésta se eleva.  Por ejemplo,  Johan Sebastian Bach representa una indudable cumbre suprema en la historia de la música.  En cambio, sus contemporáneos Francesco Geminiani  o Georg Muffat son de segundo orden.
  
Sin embargo, la tendencia a presentar a los artistas extranjeros con más brillo que el que irradian es bastante frecuente en países periféricos como el nuestro.   Hemos tenido grandes exposiciones de nivel internacional, aunque muy contadas.  Ninguna como la célebre muestra “De Cèzanne a Miró”, de 1968.  Desde entonces, casi todas las mejores exposiciones de arte que viajan a Sudamérica se detienen en Brasil o Argentina, o bien llegan a Chile recortadas, esto es, sin un número significativo de obras maestras, las cuales, luego de alcanzar nuestros países vecinos, se regresan.   Ello es así porque a  medida que el precio del arte de primer nivel se desboca, los costos de seguros y fletes se van disparando.  Y nuestro país rara vez puede ofrecer una concurrencia de público que justifique el  gran gasto de traer una exposición de primera.

Grigoriev fue un muy buen pintor derivativo;  esto es, transitó –  con sello propio, sí – por los surcos abiertos por otros.   En su caso, a través de la ruta inaugurada por Cèzanne y por el expresionismo posterior a la Primera Guerra Mundial.

El sitio web  de la Municipalidad de Providencia destaca también el alto precio que han alcanzado en las casas internacionales de remate las obras del pintor ruso.  Eso también es relativo y  si vamos a tomarlo como un índice de calidad, no se compara con el precio de los artistas más cotizados.  Resulta que varias obras de Grigoriev han bordeado últimamente el millón de dólares y algunas superaron esta cifra, en circunstancias que años atrás se adjudicaban por valores  muchísimo más bajos.  Ello se explica en buena parte por el surgimiento de una casta de super-millonarios rusos ansiosos de comprar a cualquier precio las obras de artistas pre-revolucionarios de su país.  Es lo que ha sucedido con el precio del arte cubano, especialmente el de la época anterior a Castro,  que algunos millonarios exiliados en Miami, o sus hijos,  han hecho ascender hacia la estratósfera en los remates de arte.  Lo propio está ocurriendo con el arte chino.  En comparación con los recientes precios pagados por cuadros de Grigoriev,  no hace mucho, un super-rico ruso desembolsó 33 millones de dólares por “Benefits  Supervisor Sleeping” una pintura de Lucien Freud.  

El carácter único y de símbolo de status  de las más reconocidas obras de arte las hace ascender en el mercado hasta alturas incomprensibles.

En suma, no hace falta exagerar.  La exposición de  Boris Grigoriev  bien vale la pena aunque él esté lejos de ser un Tolstoy, un Shostakovich o un Kandinsky.