martes, 8 de marzo de 2011

EL CISNE NEGRO: LA MALDITA PERFECCION


¿Cuándo comenzó a cambiar la idea de perfección en nuestra cultura occidental? Por largos siglos ésta fue concebida como la realización cabal de nuestro potencial para el bien. El mandato evangélico - para quienes son creyentes - de ser perfectos como lo es el "Padre Celestial" parece inalcanzable, pero el sentido de esa máxima es que la vara no solamente está puesta a gran altura, sino que su elevación es ilimitada.

El tema de la oposición entre el mal y el bien, que ha sido clave en la historia de la cultura occidental, mantuvo y reforzó, a lo largo de los siglos, este concepto de perfección, enfatizando solamente lo arduo de la lucha para hacerlo realidad.

En tiempos recientes, esta noción comenzó a cambiar. Determinar cuándo y cómo es labor de eruditos y yo no lo soy. Presumo, como mero lector y espectador, que algunos de los factores que han influido en ello han sido la asimilación, por el grueso público, de algunas nociones de sicología así como del misticismo oriental (todo ello digerido a medias, eso sí).

El cine de las últimas décadas se ha hecho eco de estos desarrollos y, a la vez, los ha impulsado. Desde los primeros ejemplos del personaje del villano – sea un gángster u otro tipo de marginado - como héroe, a la manera de la saga de El Padrino, hasta la más completa adopción de la dualidad bien/mal, como es el caso de Luke Skywaker y Darth Vader, ha pasado mucha agua bajo el puente.

El filme Cisne Negro, de Darren Aronofsky, protagonizado por Natalie Portman, representa un punto alto en esta tendencia ascendente. Para dramatizar el camino extenuante y pedregoso hacia la perfección, se escogió el ballet, disciplina física y artística exigente hasta el extremo del sacrificio. Para representar la dualidad/integridad de lo luminoso y lo tenebroso se presenta la idea de los dos cisnes, el blanco y el negro, del ballet El Lago de los Cisnes, de Tchaikowski, el más conocido del repertorio clásico. En este ballet, el personaje Odette es la candorosa reina de los cisnes y Odile, la siniestra fuerza del mal y la tentación. En la película se hace gran caudal del hecho de que se exija a Nina (Natalie Portman) representar los dos papeles, aunque en la realidad una sola ballerina suele interpretar ambos.

Planteada así las cosas, esta película podría haberse deslizado por la pendiente del bodrio y el cliché. En cambio, adquiere notable fuerza dramática debido a la portentosa actuación de Natalie Portman. Desde su aparición en El Perfecto Asesino, en 1994, en el papel de una perturbadoramente bella muchachita que deambula por las calles, protegida por un profesional del crimen, su carrera como actriz ha estado en constante ascenso y a partir de este filme se elevará en escarpada vertical.

En nuestras tradiciones culturales, un médico o un abogado pueden hallarse en la media de la escala de rendimiento y aun así no les irá mal ni se los tendrá en baja estima. Para un artista, en cambio, lo que no es la suprema cumbre se toma como un fracaso o, al menos, como una insoportable medianía. En Cisne Negro, Natalie Portman encarna la vulnerabilidad extrema y las cien represiones y temores que asociamos a la idea de una disciplina artística de la máxima exigencia. Todo se sacrifica en aras de la perfección, hasta el extremo de las laceraciones. Pero, ¡un momento!, nos dice el filme: ya no la perfección de la luz y la inocencia del cisne blanco, sino que la plena unión de la claridad y las tinieblas, de la fría castidad y las más desenfrenadas pasiones.

El tema y su popularidad actual se prestan para manipulaciones, las que no faltan en este filme. Pero en definitiva es redimido por una actuación cuasi perfecta de Natalie Portman, en todas las acepciones de la palabra perfección.

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