lunes, 7 de febrero de 2011

NEMESIS: LA ULTIMA NOVELA DE PHILIP ROTH


Cada año, desde 2006, Philip Roth, ha publicado una novela breve. La quinta, “Némesis”, acaba de aparecer. En “Sale el Espectro”, de 2007, el autor se despidió de su alter ego, Nathan Zuckerman. Las otras cuatro de las últimas narraciones cortas han sido consideradas por muchos lectores y críticos como un ciclo crepuscular sobre el tema de la muerte.

Creo que esa mirada es acertada. Una vez alguien preguntó a Roth, quien no bien termina una novela, ya está empezando otra: “¿Sobre qué estás escribiendo ahora?”. El habría contestado: “Lo de siempre: muerte y sexo”. En nuestra morbosa cultura occidental, Roth se hizo famoso por su tratamiento descarnado de la sexualidad. Próximo a cumplir 78 años, y luego de haber producido 29 novelas, cinco o seis de las cuales se hallan entre las mejores que han sido escritas en inglés en los últimos cincuenta años, en más recientes obras, aunque el sexo nunca está ausente, el tema dominante es la muerte.

El personaje principal de la novela “Elegía” (mala traducción de “Everyman”), que se lanzó en 2006, va dando trastabillones hacia la muerte, de enfermedad en enfermedad, asediado por sus achaques y su decadencia. Descarnadamente, Roth sostiene que “la vejez no es una batalla; es una masacre”. En “Indignación” (2008), la muerte se presenta como el riesgo de que un joven universitario sea enviado a la guerra a consecuencias de una rebeldía justa e incontenible. En “La Humillación” (2009), la penúltima de sus novelas, un artista viejo, abandonado por su talento, se encara a la opción de terminar su vida por su propia mano, luego de sumergirse en insólitas licencias.

Llegamos, finalmente, a “Némesis”, recién aparecida. El título es el nombre de la diosa griega de la retribución y la venganza. Esta vez, la muerte toma la forma de una peste implacable que golpeaba sobre todo a niños y adolescentes, dejando inválidos a quienes no mataba. Es la llamada parálisis infantil o poliomelitis, que fue la gran amenaza, junto con la guerra y la bomba atómica, en los años previos al descubrimiento de la vacuna Salk.

En la primera parte de la novela, Roth sitúa la acción en, 1944, en el barrio Weequahic, la sección judía de su Newark natal. Las Fuerzas Aliadas ya han invadido Europa y luchan contra una feroz resistencia nazi. Bucky Cantor, un muchacho atlético, lamenta no haber podido enrolarse para combatir debido a su corta vista. Durante el verano sofocante de ese año trabaja como coordinador de deportes al aire libre para los muchachos del barrio. Uno a uno, éstos van cayendo víctimas de una epidemia de polio. Algunos mueren. La novela continúa en un campo de verano y cierra con una tercera parte que no puede resumirse sin arruinar el suspenso.

Roth es un maestro de la prosa fluida, poseedor de un oído único para escribir diálogos convincentes. Estas destrezas las orienta a la indagación sobre los más agudos dilemas y contradicciones que nos acosan como seres humanos: el sentido de deber de cara a nuestras flaquezas y nuestras comprensibles ansias de seguridad y felicidad; el sentimiento de culpa, que quizás no haya sido un invento de la cultura judía, pero ciertamente ha sido perfeccionado en el seno de esa tradición; la determinación de la voluntad, en oposición a la fatalidad.

No conozco otro escritor vivo más valiente y penetrante. Ahora que la Academia Sueca contrarió las predicciones pesimistas que suscitaban sus decisiones muchas veces incomprensibles y le otorgó finalmente el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, el 2011 debería saldar su deuda más porfiada y sorprendernos a todos concediéndoselo a quien debería haber sido, desde hace largos años, el más previsible galardonado: Philip Roth.

No hay comentarios:

Publicar un comentario